Me faltaron los brazos
                   [los abrazos].

Recrea mi alma un abrazo infinito;
                               nudo irresoluble de ganas y esperas;
                               maraña indivisible de manos vivas.

Invisible mi cuerpo en medio de un abrazo;
olvidado el frío;
desterrado el olvido.

Emborronar los límites:
                         del cuerpo,
                               del alma;
                         tripas,
                                ojos;
                         manos;
                                huellas;
                         huesos;
                                carne.

Cruzar la frontera;
            regalarme entera.

Me faltaron los brazos
                   [los abrazos].

Recrea mi alma un abrazo infinito
                         que me empuja a desandar la mañana y abandonarme a la noche,
                                                              [germen de ilusiones; rotas a la luz del día]

 

                                                                                                     Eva López Álvarez

 

 

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Los años nuevos son mágicos. Parecieran todos iguales, si; pura falacia eso del cambio, pura invención eso de una suerte de renacimiento. Y así es… te pasas la vida sin discriminar entre lo acontecido, sentido y vivido el 31 de diciembre y lo acontecido, sentido y vivido el 1 de enero.

«Electroemociograma» plano.

Y, de repente, un año todo es distinto.

Llega el uno de enero y se derrumban tus cimientos. Se rompen. Se caen. Tu suelo se resquebraja como una hoja de otoño cuando la pisas… Las paredes que te daban cobijo te dejan desnudo, aterido del frío que arrastran las palabras heladas y el techo se extingue dejándote ver lo pequeño que eres…

Y lo lloras todo. Lloras a raudales. Lloras a espuertas. Lloras a gritos. Lloras a mares preñados de hieles antiguas.
Y lo lloras todo.

Seca la última lágrima comprendes eso del año nuevo…

Yo creía que era el tiempo que había vivido.
Los besos que había dado.
Los abrazos que me apuntalaron.
Los versos que ya pintaban mi alma.
Las palabras aprendidas; las palabras escuchadas.
Las manos que tatuaban la memoria de mi piel.
Los pasos que dibujaban el mapa de mis amaneceres.

Pero no…

Soy el tiempo que me queda por vivir.
Los besos que aún no he dado.
Los abrazos que habrán de apuntalarme.
Los versos que cambiarán el color de mi alma.
Las palabras que todavía no he escuchado…
Las manos que aún no son parte del archivo histórico de mi vida.
Los pasos por caminar, los que dibujarán nuevos cartogramas.

Pura potencia…

Eva López Álvarez

 

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[…]»los coches aparcados sobre nuestros recuerdos»…
(Joaquín Sabina)

Aparqué hace un ratito, tras varias vueltas sin éxito. Abarrotadas las calles, abarrotadas mis venas, abarrotadas las líneas de mis manos, las líneas de mi agenda.
Necesitaba reponer combustible. Así pues, aparqué…
Dejé mi cuerpo en zona azul. Cuando esa máquina infernal llamada «parquímetro» me pidió la matrícula dudé unos instantes pero improvisé: HLC 2013 (dictaba mi alma «hasta los cojones del año 2013»). Tatuado el tíquet con los datos citados lo posé en la base del parabrisas de mi cuerpo (bajo la axila derecha)
Y me marché; huí un rato. Ahí quedo mi cuerpo…mi alma se alejó caminando; la condensación que provocaba el frío me lo ponía difícil; me arrastraba hacia arriba sin que yo quisiera… mi alma quería caminar a ras de suelo: contemplar desde abajo como los transeúntes del parque metían sus manos en los bolsillos, cómo juegan esas manos dentro de los bolsillos, cómo parecieran escribir mensajes a quién sabe que otra mano que se guareciese del frío en otro bolsillo, distante, lejano.
Quería sentir el calor que emiten las huellas recién nacidas; en el preciso instante en que la suela del zapato se levanta, se aleja. Continúa.
Quería escuchar el susurro ininteligible casi, apenas perceptible que emiten esas bocas que hablan para sí mismas, íntimo consuelo, íntimo consejo. Me posé alrededor de algunas a la espera de una palabra…

No sabría calcular con precisión cuánto rato mi alma viajó libre. Cuando volví el controlador (cabrón) me había multado.

«Boletín de denuncia. Hora de estacionamiento rebasada» decía el papelito…
El susodicho controlador no quería que se escapase la denuncia; así pues la clavó con un palo en medio del pecho. Se veía la inquina en la violencia que dibujó alrededor de la herida.
Fué curiosa la escena…

Suerte que las heridas de carne y piel cicatrizan pronto…

Eva López Álvarez

aparcamiento